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martes, 12 de abril de 2011

Amigo silencio

Sonó el despertador. En realidad el reloj ya no hacía falta pues hacía años que siempre despertaba a la misma hora. Se aseó y desayunó. Guardó las zapatillas, dobló pulcramente el pijama y lo guardó en el armario. Se vistió con el uniforme y sobre él, una cazadora deportiva de color claro. Antes de salir, apagó las luces y cerró la puerta. Despacio, giró la llave en la cerradura, tomó aire y comenzó a bajar las escaleras.


En la calle, el sol todavía no había acabado de ponerse pero corría una brisa fría que le hizo subirse la cremallera de la cazadora y entornar los ojos. Se dirigió andando a la parada del metro, bajó las escaleras y tras cruzar el torno, recorrió los pasillos hasta el andén. Siempre se encontraba más cómodo aquí. Se acercó al punto donde habitualmente coincidía una puerta de vagón y se apoyó en la pared. Cerca de él unas adolescentes de mochilas y ojos decorados se empecinaban en acabar todas sus coreografías verbales un "osea" o un "tía".

Llegó el metro y abrió sus puertas. Cuando entraba, una de las chicas que caminaba pendiente de sus amigas, tropezó con él. - "Aiiiiiis..... disculpa tío" - le dijo con voz engolada mientras sus amigas reían. - "No pasa nada" - respondío él, a la vez que ellas se alejaban hacia el fondo del vagón entre noñerías.

Se sentó. Comenzó el rápido alternar entre la ruidosa oscuridad del tunel y la blanca y silenciosa luz fluorescente de las estaciones. Una voz digital anunció su destino y bajó para dirigirse al aparcamiento donde trabajaba en el turno de noche desde hacía varios años. En cuanto su compañero lo vió entrar, cogio su chaqueta y salió de la cabina diriéndose apresuradamente hacia la salida. A medida que se marchaba comenzó a hablarle:

- Todo normal. En la 27 hay un venticuatro horas, pero dudo mucho que salga antes de las diez. Buena noche -

- Buena noche - respondió

Entró en la cabina, cerró la puerta con el pasador y se sentó. Sacó una libreta del bolsillo e hizo unas anotaciones para después guardarla en el bolsillo de su cazadora antes de colgar esta de una percha en la pared. Se acomodó ante los monitores.

A la mañana siguiente, el relevo llegó tarde como de costumbre. Pero él nunca tenía prisa.

- Oye disculpa. El crío ha tenido una noche fatal... los dientes, ya sabes. Te debo otra. - le dijo.

- Ningún problema. En la 27 hay un venticuatro horas. Adios. -

- Venga. Adiós y gracias de nuevo. -

Cuando llegaba a las escaleras su compañero le dijo:

- Oye, un día de estos te tienes que venir por casa. Podemos cenar....

El - sin volverse - hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y la mano y comenzó a subir. Salió a la calle. Tomo de nuevo el metro y vagó por la ciudad hasta la hora de apertura del hiper. Como era habitual, fue uno de los primeros clientes del día para desespero de reponedores retrasados. Pagó ante una todavía somnolienta cajera.

- ¿Efectivo o tarjeta? -
- Tarjeta-
- Son cuarenta y tres con ventisiete.

Salió del centro comercial y se dirigió de nuevo a su casa. Colocó la compra en los armarios de la cocina y después se sentó en la mesa. Sacó de nuevo la libreta. En su última página estaba anotado:

- No pasa nada.
- Buena noche
- Ningún problema. En la 27 hay un venticuatro horas. Adios. -

y ahora añadió con letra caligráfica:

- Tarjeta

Releyó las palabras para después asentir y cerrarla. Se dirigió al salón. Allí, en varias estanterías, se abigarraban docenas de libretas de tapa dura. Las más antiguas combadas por el paso del tiempo, las mas recientes tiesas y arrogantes. Colocó la que llevaba en la mano en último lugar y se giró para marcharse. Pero se quedo quieto. Su respiración se aceleró y se volvió de nuevo hacia ellas. Su mirada las recorrió y se posó en una en concreto. No destacaba por nada en especial, salvo que parecía especialmente ajada. Con delicadeza la tomó, recorrió sus páginas hasta pararse. Leyó y cerró los ojos.

Recordaba intensamente aquel momento. La conocía desde que eran niños. Mucho antes de que su madre muriera y el viviera sólo en aquel piso heredado. Ella vivía en el tercero, la había visto crecer y convertirse en una mujer. Aquel día, como tantos otros, habían coincidido en el portal. Ella, cargada de maletas, se marchaba de la ciudad pues había conseguido trabajo en Londres, una oportunidad profesional que no podía desaprovechar. "Hoy empieza mi nueva vida" le había dicho emocionada. Y se despidió con dos besos. El quedó con su media sonrisa plantada en la cara, sujetando la puerta abierta mientras el taxi doblaba la esquina. Siempre la había querido en silencio, no podía ser de otra manera, pero cada vez que lo releía .....quería gritar, como debía haberlo hecho aquel día.

Se sentó en una butaca. Colocó la libreta en su regazo, con sus manos sobre ella. A través de las cortinas entraba la luz del día llenando la estancia con una claridad difusa. Respiro hondo y de nuevo sintió el silencio. El nunca se marcharía.

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