/* Esto es la redirección */ /* Finde de la redirección */ eScritos iRregulares: mayo 2015

sábado, 30 de mayo de 2015

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uNo

Hacía mucho tiempo que la veía subir la cuesta con la bolsa de la compra, pero en las últimas semanas su cara era sombría y las negras lunas crecientes de sus ojeras eran preámbulo de unos ojos cada vez más tristes. Además había notado que ella también se había dado cuenta de que él la veía. Por eso, cuando estuvo a su altura, decidió dirigirse a ella:
- Hola. ¿Podría ayudarme?
La mujer se paró saliendo de su ensimismamiento  algo sorprendida y aturdida
- ¿Cómo dice?
- Si podría ayudarme, señora. Cualquier monedilla suelta me vale – dijo tendiéndole el viejo tupper plástico que usaba como limosnario.
Ella se quitó el guante de lana y comenzó a rebuscar en su bolso. Él dejó el tupper a su frente, abrió una bolsa con cremallera y sacó una caja cartón.
- Por favor, dígame cual es la inicial de su nombre…. le voy a hacer un regalo
Enfaenada en la búsqueda le respondió sin levantar la vista: “S”, para después resoplar al encontrar al fin una moneda. “No hace falta, tengo prisa”. Se agachó y la dejo caer en el envase pero antes de levantarse se encontró con una mano que le tendía un trozo de cartulina verde doblada con una S mayúscula temblorosamente dibujada.
- Cójalo. Cójalo, por favor – le dijo con una sonrisa  -  Yo le llamo mis recetas de vida. Cójalo. Y esta es verde esperanza.
La mirada de ella se tornó inquieta un instante, pero tomó el papel, se levantó y dándole las gracias reanudó su camino. La observó hasta que dobló la esquina pero antes vió como guardaba el cartoncillo en el bolsillo. Sonrió levemente y volvió a concentrarse en la R que cuidadosamente estaba dibujando.

dOs

Estaba harta. ¡Harta! Acababa de marcharse dando un portazo y no volvería hasta las tantas borracho o colocado. O ambas cosas. "Sólo me he puesto un poquito agustito. A tí que te importa" le había dicho la última vez con aquella voz lenguosa antes de quedarse dormido en el sofá.
Cuando empezaron a vivir juntos se querían - ella al menos - sinceramente. Pero a medida que transcurrieron los meses se convirtieron en extraños viviendo en la misma celda: un modesto piso de alquiler amueblado en la periferia. Paredes cien veces repintadas, suelos de baldosa y cuatro estancias: cocina, baño, sala y dormitorio. Todo era rancio salvo el menaje básico pues no habían invertido nada en él. "Para qué si no es nuestro. Quien sabe donde estaré mañana", sentenciaba siempre su pareja. La única nota de color eran las cortinas malvas que había comprado para la habitación.
Mientras ella había tenido trabajo las grietas sólo habían sido grietas pero ahora que estaba en paro, eran fosos insalvables. El la trataba como una sirvienta y la consideraba una mantenida, una inútil. "Si pudiera encontrar otra vez un puto trabajo", pensó mientras rebuscaba una cajetilla en el armario. Metió la mano en el bolsillo del abrigo y encontró el cartoncito doblado. "Vaya... verde esperaza. Que jodido el tipo"
Lo desdobló y leyó la frase en su interior. Levantó la mirada ya vidriosa y, dejándo caer la nota, se sentó en la cama sollozando. "Es cierto.¿Porque? ¿Porque me hago esto? ¿Hay algo aquí que merezca la pena?" A su alrededor flotaba un silencio como si el cuarto supiera la respuesta pero no quisiera dársela. Comenzó a llorar intensamente y el eco de su llanto resbaló por las paredes del piso durante un buen rato. Finalmente, levantó el rostro con los ojos enrojecidos y las rieras de sus lágrimas marcadas en las mejillas, se limpió con las mangas y tomó decidida la nota del suelo: "Ya está. Es cierto. He de irme".

trEs

Cerró la puerta y tiró de la maleta hasta el ascensor. Dentró comprobó que tenía suficiente dinero en la cartera, vió la hora en el móvil y calculó "Tengo tiempo para pasar a despedirme  y bajar andando hasta la estación". En la calle el frío había arreciado y aunque era mediodía, el aire estaba tan gélido que le provocó un escalofrío. Dobló la esquina. Había un corrillo de personas donde solía ponerse el mendigo y al acercarse entrevió sus cartones sobados en el suelo y su bolsa. Èl no estaba. En su lugar había varias velas encendidas y alguna flor.
- ¿Que ha ocurrido? -
- Ha muerto. Angel ha muerto. - contestó una anciana girándose.
- ¿Pero ...? Ayer lo ví aquí, incluso hablé un rato con él ....¿ Como ?
- Dormía en el cajero. Pero hubo alguna queja y el banco avisó a la policía para que lo desalojara. Le prohibieron dormir dentro e intentaron convecerlo para que fuera a un centro. Pero se negó. El no quería abandonar este sitio y siempre decía que todavía tenía mucho por hacer. Esta noche ha sido muy fría, muy muy fría.......lo han encontrado muerto al amanacer cobijado bajo sus cartones.
- ¿Y esta gente?
- Pues a medida que la noticia se ha ido extendiendo hemos venido a decilre adiós. Ya sabes lo que hacía. Creo que a todos en algún momento nos ha dado una nota. Imagino que a tí también.
-Sí.......y venía a despedirme.
- Pues me temo que ya no podrás hacerlo, hija.

cUatro

Por la avenida subían dos coches patrulla y se detuvieron un poco antes del grupo. Los agentes bajaron y uno de ellos se acercó conminándolos a abandonar el lugar: "Circulen, por favor. Están obstaculizando el paso. Por favor, circulen."
- ¿Por qué?. No estamos haciendo nada malo - se alzó una voz - solamente presentar nuestros respetos a un amigo fallecido. .
- Si le quieren presentar sus respetos, acudan al tanatorio. En la vía pública no puede hacerse sin autorización y Uds. no la tienen. Además están obstaculizando la acera así que, por favor, CIR-CU-LEN. Tengo ordenes de despejar esta zona. Continúen su camino .
A regañadientes el grupo se fue deshaciendo. Ella los vió marcharse con una mezcla de rabia y tristeza con los puños apretados dentro de los guantes. Frente a la pared, la única de las velas que permanecía encendida, tililaba luchando con el frío mientras los cartones parecían también querer ponerse en pie para huir, agitados por el viento.
El agente comenzo a hablar a través de la emisora: "Central, central, 288 para central. La sucursal está ya despejada, envíen a los de la recogida de residuos". Una voz nasal y metálica le respondió: "Afirmativo. Están de camino".
Se había quedado sola. Vestida con su abrigo azul marino y embutida en un gorro de lana beige, con un brazo caído y la otra mano agarrando a la maleta. A pesar del frío, hervía por dentro. Recordó entonces aquella voz verde esperanza y las breves conversaciones de acera como boyas agitadas en la marejada de la ciudad. Se acercó a la vela, se agachó y soplo con dulzura: como cuando se sopla una herida. La llama dejo de agitarse y desapareció. El rescoldo en la mecha fue marchitándose como una flor naranja.
- Hasta siempre, Angel. - y reanudó su camino acera abajo.
Hacia su nueva vida.

ePílogo

Cuando el pequeño camión de recogida llegó, uno de los operarios bajó a la acera e introdujo los cartones en la parte de atrás. Recogió las flores y las velas y separó un lirio para quedárselo: "Le gustará" - pensó.
Sólo quedaba la bolsa: "No sé como sigue aquí todavía. Pero claro, con este frío, no hay nadie en la calle" . Se agachó a su lado y abrió la cremallera. Dentro alguna prenda de ropa y una pequeña caja de cartón: "Iniciales" leyó en la tapa. Con curiosidad comenzó a remover los pequeños trozos de cartón doblado. Los había de diferentes colores y estaban ordenados alfabéticamente. "Vaya, este paisano coleccionaba nombres. Se ve cada cosa. A ver..... la mía.... O, P, Q, aquí". EL pedazo era de color negro y tenía una R remarcada varias veces en gris. Una lápida. Lo abrió con curiosidad y leyó la frase en su interior.
Como si hubiese sufrido el efecto de una descarga eléctrica sólto el papel y cayó sentado con los ojos abiertos y un rictus de pánico. Recogió el mensaje del suelo, lo tiró dentro de la bolsa e intentó cerrarla. Sus dedos fríos no podían con la cremallera recia mientras el mensaje se le mostraba insolente en el interior. En su esfuerzo, acabó por romperla. Apresuradamente cogió la bolsa en volandas y la tiró en la trasera del camión, abrió la puerta de la cabina y subió desencajado
- Arranca, arranca - le dijo al conductor- ¡arranca hostia!
- ¡Ramiro! ..... tranquilo. ¡¡Que ya vaaaaaaa!! Ya se que hace frío pero aún queda jornada, con lo que amigo ..... acostúmbrate o ponte ropa. ¿A donde ahora?
Pero él no contestó. Su mirada se perdía más alla del parabrisas, más allá de donde la avenida acababa, quizá más allá de la ciudad mientras las palabras giraban y rebotaban en torbellino en su cabeza.