/* Esto es la redirección */ /* Finde de la redirección */ eScritos iRregulares: junio 2010

martes, 15 de junio de 2010

Y que ella lo cierre.

La primera vez que hice un viaje largo alejado de la tutela paterna fue con el colegio.

Tres o cuatro días de recuerdos vagos. Tengo presente una visita a la ciudad encantada y varias iglesias entre las que a buen seguro habría alguna catedral. Y la imagen nocturna de un edificio colegial castellano. Pero sobre todo, el hecho de que con mis primeros dineros de uso privado, me compré dos o tres granizadas (fruto prohibido hasta aquel momento) que me permitieron disfrutar de una magnífica diarrea. Me veo apremiando al sacerdote a cargo del grupo sobre las necesidades de mi intestino y su respuesta de que en un par de visitas más volveríamos al lugar donde hacíamos noche y allí podría visitar el baño. ¡ Y tanto ! Aquella noche me hice íntimo amigo de aquel frío inodoro erigido en un gélido suelo de baldosa: triste debiera ser que el principal recuerdo de mi incipiente independencia sea una sublime cagarría.

Eran los tiempos en los que llamar a casa suponía encerrarte en una cabina de madera y meter fichas con una muesca rayada en un negro telefono de pared. Supongo que la respuesta al otro lado sería algo del estilo "..y eso que te dije que .."

Pero para que negarlo. Lo que realmente me molesta es no disponer de un vívido recuerdo de todo lo entonces ocurrido. Me imagino como un ente inconcluso desplazado por el mundo inconsciente de su realidad. Incapaz de percibir su entorno. Un autista a sus circunstacias.

Mi hija me ha llamado hace una media hora. Está en las mismas treinta y tantos años después, pero a ella la noto vital, integrada y participativa. Disfrutando. Y no tiene diarrea.

Este círculo estaba inconcluso en una espiral descendente. Ansío que vuelva para abrazarla y que me lo cuente todo.

Y que ella lo cierre.

lunes, 7 de junio de 2010

El muro de contención

En la playa propuse construir un "muro de contención".

Para los míos un nombre tan técnico sólo encierra un agujero ancho y dos o tres muretes de arena por delante con sus correspondientes fosos que han de enfrentarse al empuje de la marea creciente. Lo construimos con la marea subiendo, entramos cuando comienza su lucha y lo abandonamos entre gritos cuando el Mar lo inunda.

En las primeras olas presentamos batalla. Restauramos con afán muros caídos y achicamos fondos inundados con frenesí pretendiendo que la marea frene su ímpetu. Ella, siempre amable con nuestro juego como un magno roble que inclina su rama, nos concederá cinco o diez minutos de intensa prórroga en los que podemos creernos capaces con nuestros muros de arena...... no más allá. De esas tímidas olas que refrenan su empuje plegándose a la alegría de los gritos infantiles, emergerá Una, exigente e insolente como una adolescente meneando su pelo, que reclamará su espacio derrumbando muros, rebasando fosos y anegando huecos. Es el momento cúlmen de la huída.

Reconoceréis al pequeño del grupo en que pretende la vuelta al puesto de mando a defender la nave. Veréis como los conocedores lo retienen unos instantes - no más de dos - para que vea como la humilde y modesta persistencia del empuje marino cumple su cometido para que aquello que algo fué, deje de serlo.

Es el momento de sentarse aparte y ver como la recurrente forma del destino alisa el lienzo. Un nuevo muro ha de prometerse bajo los cálidos rojizos rayos del lento sol del ocaso embadurnados de arena y cansancio.

Y un nuevo círculo habrá sido abierto.