/* Esto es la redirección */ /* Finde de la redirección */ eScritos iRregulares: octubre 2010

martes, 19 de octubre de 2010

Rosas

" Por cierto, caballero ¿quiere usted conocer una historia? "

UNo

El joven intercambió unas palabras con su padre. Se levantó, ajustó la casaca de su uniforme y se dirigió hacia la otra mesa.

- Señor, me gustaría solicitar su permiso para invitar a su hija al próximo baile.

Este se atusó el bigote y miró a su esposa. Después inclinó levemente su cabeza mirando al caballero a su frente mientras decía:

- Rodolfo, no puedo negarle la alegría que me suscita su petición. Sea entonces, cuenta Ud. con mi beneplácito.

El joven henchió su pecho. Saludo marcialmente, y se dirigió a un grupo de jovencitas que bullía en un lateral del salón. A medida que se acercaba, relajó su gesto convirtiendolo en una sonrisa. Al aproximarse, ellas callaron, observándolo con una mezcla de nerviosa curiosidad y azoramiento.

Tendió su mano a una de ellas y dijo:

- Señorita Marina, ¿me otorgaría la distinción de compartir conmigo la próxima pieza?

Ella miró a sus padres. El sonreía. Su madre asintió. Se incorporó holgandose la falda de su vestido y dijo:

- Encantada caballero. Será un placer. - Y tomó su mano.

Ambos se dirigieron a un margen de la pista. Varias parejas de diversas edades giraban acompasadamente a los sones de la orquesta. Situados uno frente a otro, él la tomo del talle, ella pasó la mano sobre su hombro y comenzaron a bailar.

Continuaba sonriendo mientras la miraba. Desde que ya hacía varios meses había regresado a la ciudad y la había conocido, no había podido dejar de pensar en ella. Su padre, comandante de la base militar, mantenía estrechos lazos tanto comerciales como personales con el de ella, negociante de telas y suministrador del ejército. Habían sido presentados en un encuentro casual durante un paseo y, desde aquel momento, no había podido apartar de su mente aquella dulce mirada que ahora tenía frente a si.

- ¿Esta Ud. cómoda?

- Por supuesto. Baila maravillosamente, caballero.

La joven de tez sonrosada y ojos castaños de forma natural sabía que algo acababa de cambiar. Aquel pretendiente, era distinto. Su contacto era terriblemente agradable y no tenía la necesidad de mantener la distancia con unos brazos rígidos. Mas bien al contrario, prefería balancearse sintiendo su cercanía. Aquel joven era su par. En aquel momento, en aquel instante, había dejado de ser una niña.

Después, vinieron los largos paseos, primero supervisados por la presencia de algún adulto y posteriormente con sus primas que, convenientemente por ella aleccionadas, siempre le permitían una pequeño margen en el que surgíría una caricia o un roce de manos.

Aquel verano fue largo y caluroso. El rosal frente a su casa floreció y todas la tardes, bajo él, se despedían con la firme promesa de reencontrase al día siguiente. Día tras día se conocieron y se comprendieron, ambos con sus proyectos de futuro que ahora sólo concebían juntos, entrecortados de risas y silencios, de miradas y sentimientos.

Fue entonces cuando se produjo la sublevación en las colonias. Rodolfo fue destinado a ultramar. Cuando se lo dijo, Marina sintió una angustia como jamás había sentido. Tres años era un abismo de tiempo separados, pero padre ya había decidido: No había camino más digno para un oficial que ascender sirviendo. Bajo el rosal florecido, arrancó dos petalos de una rosa y los guardo en su cartera.

- Me protegerán y recordarán a ti en los malos momentos, Marina. Cuando tengas dudas, mira a este rosal en verano. Mi añoranza por tí hará brotar cada pétalo y cuanto mas bruñida la flor, más habrá crecido mi amor ese día. Esperame y seremos uno.

DOs

La primera carta llego un Martes. En cuanto la bocina del paquebote anunció su inminente atraque, las primas de Marina salieron hacia puerto con la intención de comprobar si había correspondencia para ésta. Poco más de una hora después llegaron a su casa sonrojadas por la prisa portando un manido sobre blanco con su nombre en el frente. Ella las espero nerviosamente sentada en el banco del patio y antes de abrirlo, muy a su pesar, les pidió un momento de intimidad para beber a solas aquellas letras que hablaban de lejanía, soledad, intemperie y añoranza. Lloró de amor sobre las dos páginas manuscritas sintiendo fuego en el pecho al ver aquellas letras y de nuevo lloró con ellas, haciéndolas partícipes de sus emociones.

En los meses siguientes se siguieron recibiendo regularmente las misivas de Rodolfo. Aunque el resto del mundo siguiese girando con habitual normalidad, en ese momento previo a la vista de su letra, tras rasgar el sobre, seguía sintiendose envuelta en una nube de menta. La lectura de sus pensamientos traídos desde tan incontables kilometros le hacía sentirlo tan cercano que adivinaba sus sentimientos en el trazo de cada vocal. Guardaba celosamente cada carta y a menudo recurría a ellas para evocar su presencia, sentada bajo aquel banco del patio.

Las noticias de colonias poco a poco dejaron de ser nada halagueñas. La rebelión crecía y, aunque en su casa procuraba evitarse la cuestión, ella había captado retazos de conversaciones en las que se manifestaba la preocupación por la soberanía en aquellos territorios. Y por sus ocupantes. Poco a poco la correspondencia fue espaciándose. Entre carta y carta transcurría mas tiempo y cada vez más sentía que el joven destilaba su incertidumbre por los acontecimientos y su deseo de vuelta, aunque solo intentara que se transmitiera su deseo de volver a verla y el ansia de que lo esperara.

Pasados cuatro meses sin tener noticias suyas instó a madre a que acudiera a su casa recabar información. Esta, tras una larga conversación con su padre acerca de la conveniencia de ese gesto, acudió. A su regreso, la llamó al salón.

Cuando entró y vio su semblante serio, supo que no era portadora de buenas nuevas. La oyó en silencio mientras le narraba las desdichas ocurridas al otro lado del oceáno, aquel lugar donde se perdían hombres defendiendo una tierra que les era desconocida. Una tierra donde su Rodolfo había desaparecido hacía ya algunos meses. La familia mas cercana, ya vestía luto, asumiendo su muerte.

Ella, se levantó en silencio. Ignoró las llamadas y se dirigió al patio. Allí, bajo el rosal, mantuvo un amargo silencio mientras se desmoronaba por dentro. Su madre la dejó sola durante un rato observándola tras las cortinas y después, compartió con ella su dolor abrazadas bajo aquel rosal que había sido testigo de su primer amor. Intentó consolarla con palabras y gestos de cariño, hablándole del futuro, de como el tiempo crearía cicatrices sobre las heridas del alma y como a pesar de que todo pareciera aciago en esta noche, mañana el sol saldría de nuevo. La emplazó para que los próximos días acudieran a presentar sus condolencias a los padres de Rodolfo y después, la acompaño hasta su dormitorio, donde la ayudó a acostarse y permaneció con ella hasta que el sueño venció a sus llantos. La despidió con un beso y la miró desde el umbral de la puerta antes de cerrarla.

Era la última vez que la vería con vida.


TRes.

A la mañana siguiente fue a despertarla a su cuarto. Encontró sólo una fría cama deshecha. Salió al pasillo llamándola pero no obtubo respuesta. Su esposo, sobresaltado, acudió y entre ambos recorrieron todas las habitaciones sin resultado. Al salir al patio encontraron que las flores del rosal habían sido cortadas; sobre el banco aun permanecía todavía la tijera y la vieja verja estaba abierta. Se había marchado.

Se vistieron apresuradamente y mientras ella acudía a la cercana casa de las primas de Marina, él se dirigió a la de los padres de Rodolfo. En ningún caso tuvieron éxito. Decidieron organizar una pequeña batida por los alrededores y dar parte a las autoridades. En ello estaban, cuando llego el rumor de lo acontecido en el puerto: había sido encontrado el cadaver de una joven flotando en el mar. A su alrededor, gran cantidad de rosas.

El padre de Marina llegó al puerto corriendo, descamisado y con el rostro desencajado por la certeza de aquello que sabía sin ver. Se desplomó sobre los adoquines cuando le mostraron el frío rictus de su hija muerta. Fueron sus hermanos los encargados de llevarlo de vuelta a su casa y confirmar la noticia a su esposa. A medida que se extendió por la ciudad, se hizo un espeso silencio en el que sólo cabían los pensamientos. Algunos cirios anónimos se encendieron esa noche velando a los dos amantes allá donde estuvieran.

Durante un tiempo aquella casa suscitó el mismo respetuoso silencio para aquellos que transitaban en su cercanía. Este, dió paso al murmullo y finalmente, de nuevo la sonora vida retomó su camino. Sin embargo, la madre de Marina no olvidaba. Con la ayuda de sus sobrinas, dedicó todo su afecto y esfuerzo al maltrecho rosal. Su objetivo era que renaciera para perpetuar el recuerdo de su hija. Al año siguiente, floreció esplendido como nunca lo había hecho. Su rosas brotaban por doquier y parecía que cada uno de sus petalos estuviera hecho de brillante tercipelo húmedo. Pero sus flores, antes de insolente rojo carmesí ahora ..... eran blancas.

A nadie en la vecindad pasó desapercibido el sucedido. De boca en boca corrió la voz de lo ocurrido y el recuerdo y su consecuencia, hizo que docenas de personas acudieran a su proximidad a ver el portento. Alguno pidiendo a sus propietarios una flor como símbolo de un amor imperecedero.

En los años siguientes, las parejas jóvenes acostumbraron a formular su firme promesa bajo aquella planta. Dice la leyenda, que quien promete amor bajo las flores de este rosal se compromete mas allá de todo compromiso. Al igual que quien lo acepta.

EPílogo

Durante meses había realizado aquel trayecto para llevar a sus hijos al colegio sin prestarle atención. Lo prefería frente a la calle principal ya que en esta el ruido del tráfico le resultaba muy molesto. Difícilmente podía oir los avatares diarios que le contaban sus retoños con sus voces aplastadas por bocinas y motores. Sin embargo aquel camino, aunque más largo, solo le exigía salir cinco minutos antes de casa a cambio de tranformar un quehacer diario en un paseo.

A la vuelta se fijó en él. Blanco y verde. Florecido. Sin lugar a dudas era una explosión de vida y color vegetal que dificilmente podría verse en otro lugar de la ciudad. Aquellas viejas casas de momento resitían el embate urbanístico como los rescoldos de una hoguera latente y eran uno de los motivos por los que tanto le gustaba aquella ruta. Ancianas de otra época arrinconadas bajo tejados abombados y paredes multicolores.

Ella abrió la puerta y descendió la escalera apoyándose en el pasamanos. Tomo la regadera y se dirigió hacia su frondosa planta. Las rosas necesitaban regadío temprano, tierra mojada por la mañana, en este inusualmente caluroso verano. No recordaba otro como aquel.

Vio entonces a aquel hombre observando. Mientras repartía el agua, él se dirigió a ella y le pidió una flor para regalar a su pareja. Ella sonrió y dijo:

- Por supuesto, joven. Muchas parejas conoce este rosal. Espere, tome estas y pongalas pronto en agua. Verá que hermosas están mañana. Y más pasado. Después quizá ellas se marchiten, pero si su promesa es verdadera, no le ocurrirá lo mismo.

Mientras cortaba dos bellos capullos de rosa blanca, preguntó:

- Por cierto, caballero ¿quiere usted conocer una historia?

Como ella me la contó, yo la transcribo.