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lunes, 29 de noviembre de 2010

15 de Enero

DOs

Llevaba algun tiempo buscando una casa para algún fin de semana. Nada espectacular. Solamente un refugio lo mas apartado posible donde entretenerse leyendo los días de lluvia y cortando la hierba en verano. Un sitio donde salir a pasear en soledad y tomar un café con los paisanos al margen de la vorágine diaria de la agencia. Por eso cuando leyó aquel anuncio sacó su movil y comprobó la localización de aquel pueblo. Podría ser perfecto. Concertó una entrevista con la agencia inmobiliaria y aprovecho un Sábado libre para reconocer el lugar y conocer la casa.

Era una planta baja de no más de ochenta metros construida en piedra y con un tejado que gozaba de ese impermeable tizne negro que dan los años y el liquen. Rodeándola, un terreno suavemente inclinado donde cohabitaban algún arbol y una hierba profusamente descuidada. Nada especialmente atrayente salvo por el lugar donde se encontraba. Situada en la parte alta de la ladera de un monte que iniciaba sus rampas mas escarpadas a escasos metros y que descendía hasta una meseta, circundada por cerros, que se abría hasta donde la vista podía alcanzar. Asomado a la parte inferior del muro que rodeaba la propiedad sintió la brisa fresca del verano incipiente y supo que aquel sería el sitio.

Contacto con un amigo arquitecto para tener una opinión fundada de su estado. Acudió con él otro día al lugar y tras su inspección éste le dijo:

- La estructura está perfecta. Quizá el tejado necesite algún pequeño parche pero nada de importancia. Esta casa o ha tenido poco uso o ha sido muy bien conservada. ¿El precio que me dijiste antes es firme?

- Es una primera oferta, pero creo que hay razonables posibilidades de apretarlo algo.

- Pues por su estado es una buena compra. Hablándo de lo que a mi parte se refiere, supongo que contarás con reformarla integramente por dentro, ¿no?

- Evidentemente. Mantendré el espíritu pero ... ¡no la voy a comprar para congelarme aquí cualquier noche! - Ambos rieron

- Solamente me preocupa si estás seguro de que este tan lejos.- continuó su amigo- ¿Porque no esperas un poco y vemos si aparece algo mas cerca? -

- Precisamente eso es lo que me gusta. Es como ... cruzar una frontera.

Aquel mismo día, apalabró la casa, extendiendo un cheque como señal.

TRes

En pocos meses pudo instalarse. Un buen día se encontró haciendo café y mirando hacia el horizonte a través de la ventana de la cocina. Aquel sitio era increíble. Era como convertirse en un naúfrago de fin de semana. Sin embargo, no había descuidado sus relaciones sociales aun tratándose de un pueblo de no más de trescientos habitantes. Las fuerzas vivas del lugar tenían conocimiento de su presencia: recien llegado se había presentado en el cuartel de la Guardia Civil para darse a conocer al sargento que lo comandaba y ya había pasado dos o tres veces por la cantina del pueblo a tomar café y charlar con el tabernero. Normalmente las gentes del rural son afables con el visitante y así se mostraron con él en la mayoría de las ocasiones. Pero había notado alguna mirada esquiva cuando les indicaba que él era el nuevo dueño de la vieja casa al lado de las escuelas públicas.

Las escuelas públicas. Así llamaban en el lugar a una destartalada edificación situada entre su nueva adquisición y el pueblo. Sabía que en algún momento albergó el colegio de la comarca cuando esta gozaba de pujanza económica por la ganadería que se traducía en retoños necesitados de aprendizaje. Pero ahora, abandonada a su suerte quizá por el declive de la cría de oveja, quizá por la emigración, quizá por ambas, luchaba por sostener las desvencijadas contras de las ventanas amarradas a sus muros.

A través de esas mismas contras fue las que, una noche, vio bailotear luces mientras oía voces juveniles traídas por el viento. Disfrutando del cielo nocturno, mientras se entretenía en descubrir estrellas, había oido algo parecido a cánticos infantiles. Extrañado, se asomó al muro y durante unos instantes vio el resplandor de lo que parecían linternas saltando dentro del viejo edificio. "Pues vaya sitio para hacer una fiesta" - pensó para sus adentros, y se recogió algo aterido por la brisa de la noche: el invierno comenzaba a dar sus primeros suspiros.

Al día siguiente, en la taberna mientras veía como unos vecinos del pueblo jugaban animada y ruidosamente al dominó y removiendo distraidamente su café con leche, comentó lo que había visto. El silencio siguiente, sólo cortado por la voz del comentarista deportivo en la radio, fue tan brusco que lo sobresaltó. A un lado y a otro todos quedaron quedos, estáticos, con la mirada perdida. Hasta el propio Camilo -dueño del bar- permaneció tieso con su trapo pegado a un vaso mirando al suelo. Uno de los jugadores levantó su cara, le busco los ojos y dijo:
"Ni es la primera, ni será la última vez que ocurre, visitante. ¡¡¡TRES DOBLE!!!" y con fuerza golpeo la mesa colocando una ficha.: "PLAC!"

Tan repentinamente como se habían ido, se reanudaron las conversaciones, Camilo retomó su trajín y volvieron cucharas, platos y tazas a bailar su danza. DirÍase que hasta parecía que fuera las hojas de los arboles de nuevo habían comenzado a agitarse.

CUatro

El 15 de Enero era Sábado. Hacía tres fines de semana que no se recogía en su refugio, pero ahora que la campaña navideña había terminado, era el momento para tomarse un par de dias de descanso. Tumbado en la sala disfrutaba del calor de la chimenea leyendo. Fuera, el frío había arreciado pero este invierno estaba resultando seco y las nieves solamente se habían presentado de forma ocasional un par de días. Decidió acostarse, pero antes salió a la leñera para dejar la chimenea cargada con un par de buenos troncos.

Mientras volvía hacia la puerta, volvió a oir aquellos cantos infantiles. Se dirigió a la parte inferior de la finca y aupándose sobre el muro oyó lo que parecía un coro acompasado de voces:

"Nana nana naaana, nana nana nananá, nana nana na naná, nana nana na na"

Acompañandolas unas lucernarias anaranjadas saltimbanqueaban de nuevo dentro del edificio abandonado.

"Esto no parece una fiesta" - pensó.

Entró en la casa y tomo algo de ropa de abrigo, cogió su linterna y comenzó a andar en dirección hacia las ruinas. A medida que se acercaba pudo ver con mas claridad las luces jugueteando tras las contras: por la rapidez con la que se desplazaban parecía como si se estuviesen lanzando teas encendidas entre dos malabaristas. El canto se hizo mas definido, mas coherente.

"Siete por uno es siete, siete por dos catorce, siete por tres ventiuno,...."

"No es posible. Son niños.... ¿Niños a esta hora?¿Cantando la tabla del siete...? ¡¡ Pero que majadería es esta !!

Llego a una de las ventanas y golpeó la contraventana con la linterna mientras gritaba:

"¿Quien esta ahí dentro? ¡Oigan! ¿Quien está ahí dentro?"

De inmediato se hizo el silencio. Desaparecieron las luces. Se encontró sumido en la oscuridad alumbrando una agrietada contraventana de madera con la pálida luz de su linterna en medio de la noche. Comenzó a sentir frío.

- HhhhhhhhhhaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhH -

Un aliento gélido lo atravesó como si su piel se hubiese evaporado y toda su carne hubiese quedado desnuda a la intemperie. Se sintió congelado en un instante, frío por dentro.
El pecho y las sienes comenzaron a oprimirle. Sintió miedo. Mucho miedo. Y comenzó a correr trompicándose en la pobre penumbra de su linterna.

Tras unos minutos, con las piernas arañadas por los tojos se detuvo y se giró. Tras de sí solo oscuridad, ante sí solo oscuridad. Y nieve.

- "¿Nieve?"

Movió la linterna y su escaso foco le descubrio un paraje helado. No era posible. Cuando había abandonado la casa todo estaba seco a su alrederdor y ahora solo era capaz de ver una blanca extensión ante sí y sentir un frío viento como si estuviera en medio de la noche desnudo envuelto en gasas. Tenía que regresar, tenía que encontrar la casa. En cuanto lo hiciera, podría calentarse al lado de esa chimenea para la que había salido a coger leña ....

EPilogo

En el cuartelillo de la Guardia Civil se recibó la llamada el Lunes a media mañana. La secretaria del Sr. Ventura se interesaba por la posibilidad de que se desplazaran a su casa a fin de comprobar si se encontraba en ella ya que no habían conseguido contactar con él durante la mañana, ni tenían referencia de su paradero. La patrulla de desplazó hasta la casa e informó de que la había encontrado cerrada y aparetemente vacía. Ante la falta de noticias, el Martes, decidieron forzar la entrada y encontraron evidencias razonables de que había sido abandonada por alguna circunstancia sin determinar. Se formó un grupo de búsqueda para localizar al desaparecido. Por la tarde, encontraron su cadaver en el monte.

La explicación oficial fue que se había perdido durante una excursión nocturna y había muerto de hipotermia. Los forenses determinaron que los multiples arañazos en piernas y brazos, fueron provocados por una carrera medio de las plantas silvestres. Mas tarde se supo que su rostro presentaba un rictus de terror tal ,que tenía la mandíbula desencajada.

En el pueblo, los lugareños se mantuvieron a distancia mientras introducían aquella bolsa negra sobre una camilla dentro del coche fúnebre. Serios y silencio. Entonces alguien dijo:

"Ni es la primera, ni será la última vez que ocurre"

UNo

Aquel invierno estaba siendo frío. Pero no nevaba. Como era habitual los chavales se habían desplazado hasta la escuela envueltos en sus bufandas y apretados dentro de sus abrigos. En algún caso, andando los cuatro kilometros que separaban su casa de la escuela. Pero todos ellos sabían que al día siguiente la vara del maestro, las hostias de su padre o las zurras de la madre le esperaban de no hacerlo.

No serían mas de las diez cuando comenzó a nevar. El cielo estaba negro como el mar y el frío había arreciado como nunca se había visto por aquellos parajes. En media hora todo sendero se volvió intransitable.

El profesor maldecía su mala suerte. Tenía su casa a cinco minutos y una escuela llena de retoños acogotados por el frío a su alrededor. Miró por la ventana y pensó en la botella de licor en la cocina. No era la primera vez que ocurría, ni sería la última. Los críos de los pueblos más alejados pasarían la tarde e incluso la noche protegidos en la escuela. Agua no les faltaría y el podría acercarles alguna cosa para comer por la tarde. Mandó encender la estufa. Los mayores cogieron la leña previamente cortada de una estancias adyacente al aula y en medio del jolgorio general, procedieron a prendelrla.

- "¡¡Silencio!!.... ¡¡Silencio!!, he dicho!" - Calló el ruido quedando un sólo un suave murmullo de fondo.

- A ver, Genaro, Ramiro, prended la estufa. ¡¡El resto!! La tabla del siete.

Siguió pensando en la botella mientras el soniquete infantil comenzaba a retumbar por la paredes. A cabo de un rato se dirigió a los dos mayores :

-"Aseguraos que la estufa siga encendida. Me acercaré hasta mi casa a buscar algo para que comais al mediodía y vendré de vuelta a lo sumo en una hora. Que nadie me falle el siete por seis cuando vuelva. ¿De acuerdo?" - dijo con gesto inquisidor

Genaro y Ramiro asintieron. Bien sabían de que pie cojeaba el maestro y que no volverían a verlo bien pasadas tres o cuatro horas. Abandonó la escuela envuelto en el viento y la nieve y mientras se alejaba, poco a poco se apagaban en sus oidos los cantos infantiles

"Siete por uno es siete, siete por dos catorce, siete por tres ventiuno,...."

Cuando se depertó eran por la tarde. "¿Cuanto llevaba durmiendo?". Se levantó dando tumbos con el cerebro embotado por el licor y recordó los niños en la escuela. Maldijo su suerte. Con agua fría aclaró sus ideas y miró fuera por la ventana. La nevada había sido muy intensa. Demasiado. Nunca había visto nada igual en los catorce años que llevaba en el pueblo. Pero tenía que llegar hasta ellos antes de que alguno de los padres pudiera llegarse hasta las escuelas.

Salio de la casa y comenzó a andar embotado por el frio y la resaca en medio de la nieve. Él, que había dado clases en los mejores colegios de la capital, ahora tenía que verse abocado a repartir su sapiencia entre esta turba de gañanes ignorantes. No había uno solo medianamente destacable entre todos ellos. "!Patanes¡"

A medida que se acercaba observó que reinaba un extraño silencio en la escuela. Además, el viento, había doblado la chimenea de la estufa. Se paró. No oía nada. Era imposible que los niños hubiesen salido y era imposible que los hubiesen ido a buscar. Por tanto, aquel silencio, sólo podía ser fruto de que estuvieran durmiendo. ¿Durmiendo?

A duras penas abrió la puerta. Apuró el paso a través del pasillo y entró gritando:

- !Buenas tardes¡ ¿Que es lo que ocurre aquí?

Ante él, en el suelo, sobre las sillas, sobre los pupitres, yacián los cuerpos de sus alumnos. Parecían dormidos, pero cuando intentó despertar a alguno de de ellos, ninguno reaccionó. Buscó a los mayores para obtener alguna explicación. Vio la vieja estufa que mantenía aún sus brasas y a uno de ellos con un trozo de leña en las manos. Comenzó a sentirse mareado, pero consiguió salir de nuevo al exterior. Mientras inhalaba el frio aire puro del exterior vio de nuevo el doblado tubo de la chimenea de la estufa. Y comprendió.

Con un alarido comenzó a correr despavorido sobre la nieve mientras aquellas voces que había oido por ultima vez resonaban en su cabeza:

"Siete por uno es siete, siete por dos catorce, siete por tres ventiuno,...."

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ella

La vio desde el quicio de la puerta durante un instante. Dormía apretujada bajo la manta. Con cuidado apago la luz del pasillo y entró en la cocina. Se calentó algo para desayunar y salió a la calle a hacer la compra. Tenía la lista preparada desde el día anterior.

Mientras caminaba por la calle repasó mentalmente: Aceite, maiz, filetes, agua mineral, yogures... de vainilla....¿De vainilla? No, no, no. Nada de vainilla. Ella odiaba la vainilla. Siempre decía que eran mejor los naturales. "Llogures de natural" como los llamaba. Los endulzaba con azucar y a él le parecían intragables, pero de nuevo serían naturales. Era lo que había. Completó su recorrido por el supermercado, pagó y se dirigió a casa cargando su sus dos bolsas.

Ya se había levantado y trajinaba por la la casa.

- Ayudame con la cama - le dijo por saludo.

Uno a un lado y otro al otro. Cien centimetros que eran cien kilometros. Le pasó los cojines mientras los colocaba escrupulosamente en ese su orden absolutamente inescrutable para él. Volvió a la cocina y comenzó a vaciar la bolsa. Se acercó y comenzó a colocar alguna de las cosas.

- Miguel, te he dicho cientos de veces que no compres este maiz. Es muy caro.

- Lo sé. Pero es que ...

- ¿Pero es que qué?. Tu crees que el dinero nos sobra. Es caro: es el más caro.

- Pero Julia, tenían un tres por dos. Esta vez me he llevado la calculadora y salían mas baratos que los que compro siempre.

-¡Pero a mi no me gusta!

Con aquello no contaba. Siempre había algo con lo que no contaba.

- A mi me gusta el maiz del bote verde.- continuó-. Sabes que este del bote amarillo me parece mas rancio.

- ¿Estas segura? Es la primera vez que me dices esto.

Ella lo miro con el mismo rechazo con el que miraría a un ciempies que le subiese por la pierna en el ascensor.

- No me haces ni caso. No me escuchas. No me oyes. Para ti no existo. Es como vivir con una mesa.

Se marchó dando un portazo. El quedó viendo los botes de maiz. Hacía tiempo que ya no estaba seguro de nada. Colocó los botes con cuidado en las alacenas, plegó las bolsas de plástico, las guardó bajo el fregadero y se sentó en la mesa de la cocina.

Estaba convencido. Nunca antes le había dicho nada acerca de que no le gustara aquel maiz. Sí habían hablado de que había una marca más económica, pero esta vez con la oferta, el amarillo salía más barato. Cogió su cartera y sacó el ticket. Rebuscó y encontró otro anterior. Cogió la calculadora de su cazadora y calculó el precio final de ambos. Lo sabía, estaba seguro. Había comprado mas barato. Se levantó y fué en busca de su pareja. La encontro en el salón viendo la tele.

- Julia.....

- Que pasa.

Sintió que su voz se agarrotaba como si se hubiese tragado un corcho. Ella apartó la mirada del televisor y la clavó en él con un mohín de disgusto.

- Que co-ño pa-sa.

Tragó el tapón a duras penas e inspiró.

- Oyeme, puedo ir y cambiarlos. Es una conserva y no creo que me pongan ninguna pega en el super. Mañana traigo los del bote verde.

En la televisión discutían sobre un faranduleo. Todos cotorreando encendidamente sobre algo que posiblemente desconocían.

- Mañana los traigo, vale. No te enfades.

- Haz lo que quieras. Siempre lo haces.

El volvió a la cocina. Sus ojos se clavaron en las tres latas. No. Esta vez, no. Sabía a buen seguro como sería el resto del día. Quizá el resto de la semana. Ella continuaría despreciandolo en cada encuentro y él seguiría arrastrandose por los rincones hasta que el huracán amanaira. Y después vendría un temporal de otro color. Como el día que le compró unos bombones.

- ¡Bombones! ¿Bombones?. Te gastas el dinero en unos bombones cuando perfectamente me podrías haber comprado unos pendientes o un anillo. De los de bisutería, ¡claro! De sobra te conozco y de sobra sé que nunca invertirías nuestro dinero en una joya que mereciera la pena... pero ¿bombones?...... Tú, eres gilipollas.

Por un instante él tuvo la intención de tirarlos a la basura. Mejor aun, abrir la ventana y lanzar la caja volando sobre la calle. La imaginó girando en el aire, lanzando su carga envuelta en papeles de celofán rojo como un lluvia sobre los viandantes. Pero no lo hizo. Los dejó sobre la encimera de la cocina. Mas tarde, ante su gesto de sorpresa cuando la vió comiéndose uno, ella le espetó:

- No pretenderás ahora que se pudran ¿no? Habrá que comerlos. Pero son un sandez - y comenzó a abrir otro.

Antes todo era distinto. Al menos cuando tenía trabajo se sentía necesario. Y de vez en cuando eran felices como en aquel fin de semana en el balneario. Recordaba su cara placentera en los chorros del hidromasaje y su sonrisa durante la cena. Pero ahora todo era medir las distancias para no dar un paso dentro de una factura impagada. Desde que la empresa había cerrado pasaban la mayor parte del día juntos y ella solía enrocarse en conversaciones sobre los agravios que le cometía la vecina del cuarto cuando se encontraban en el ascensor. Mientras, su cabeza huía perdida en inútiles espirales de pensamientos grises.

No. Esta vez, no. Recordó la caja de bombones girando en el aire y tomó las latas de maiz. Salió al pasillo. Al pasar por delante de salón, se paró viéndola frente al televisor. Ella tenía el ceño fruncido. Sin mirarlo, se levantó y cerró la puerta. El quedó en penumbra frente a una cerrada vieja puerta de ocre castaño. Comenzó a sonreir.

Entró en la habitación del fondo. La que daba a la calle. Con cuidado de no hacer ruido, abrió la ventana. Demasiado cerca del suelo. Volvió sobre sus pasos y, ya en la puerta, recordó que había dejado la ventana abierta. La sonrisa, se torno en risa. No, esta vez, no. Esta vez no la cerraría.

Salio a la escalera, llamó al ascensor y llegó a la terraza. Era curioso lo fresco que podía llegar a ser el aire de la mañana. Se lo imaginó entrando por la ventana y enfriando la casa. Una oxigenada fría niebla transparente que renovaría el ambiente y envolvería el salón en cuanto abriera la puerta. Ella no lo soportaba. Volvió a reir.

Colocó los tres botes de maiz sobre el borde de la terraza y se asomó. Sí, aquí había altura suficiente. Miró a su alrededor y vió una caja plástica de las que se usan en los bares para las botellas de cerveza que algún vecino había dejado allí abandonada en una juerga nocturna de verano. La acercó y, apoyándose sobre ella, subio al borde. El aire fresco seguía inundando sus pulmones. Inspiro profundamente con los ojos cerrados. Y saltó.

Mientras caía, abrazado a las latas de maiz, se sintió libre.

Al fin.