uNo
Muy poca gente conoce esta historia. Llego a mí trabajando
de reportero en un periodico provincial hace ya bastantes años tras una llamada
de un contacto en los juzgados. Dijo que el juez se iba a desplazar de
inmediato a un pueblo costero en las cercanías para realizar un levantamiento
de cadaveres. Había pasado algo increible: en un carrusel a subasta en el
depósito municipal se habían encontrado encerrados los esqueletos de dos niños.
Gracias al soplo, pude hacerme con la noticia y desde
dirección me indicaron que hiciese el seguimiento pues parecía que podría tener
interés para la cabecera nacional. Ocurieron entonces acontemientos
internacionales de gran relevancia que absorbieron completamente el interés del
público y, mi pequeña noticia, quedó relegada al olvido. Excepto para mí
dOs
Odilo y Gregoria eran dos feirantes que se ganaban la vida
con un puesto de tiro de esos tan habituales en las fiestas. Tenían dos hijos:
una niña de 14 años y un niño de 6. Se ganaban la vida malamente en verano de
pueblo en pueblo pero un día la suerte decidió sonreirles con un importante
premio en la quiniela que puntualmente jugaba el padre todas las semanas. La
cantidad no les permitiría retirarse del trabajo, pero sí puso de golpe a su
alcance una posibilidad que siempre habían soñado: cambiar el puesto de tiro
por un luminoso y musical carrusel de dos decenas de plazas.
Tres meses después lo inauguraron. Y ese primer día fue un
rotundo éxito. Normalmente las atracciones que acuden a las pequeñas
localidades como a las que ellos solían ir, eran bastante desvencijadas y de
sobra conocidas pero un carrusel tan nuevo, brillante, ruidoso y colorido como
aquel, fue como un imán para los niños de la comarca.
Tras la jornada, decidieron celabrar por todo lo alto su
buena suerte, dejaron a los niños en la feria y marcharon al pueblo con su
coche con el aviso de que volverían en un par de horas. Ellos vagabundearon por
ella, donde eran conocidos, hasta que las atracciónes cerraron. No está claro
que es lo que ocurrió, pero parece claro que los padres nunca volvieron. Las
diligencias policiales apuntaron a un despeñamiento en alguno de los
acantilados del trayecto de vuelta. El asesinato previo de los niños y la
posterior huida se descartó casi de inmediato por la falta de móvil así como la
ausencia de rastros de violencia en los cuerpos infantiles. La reconstrución
mas probable estableció que ellos, hartos de esperar, se refugiaron en el
tambucho del carrusel y allí quedaron dormidos posiblemente a altas horas de la
madrugada.
El campo de la feria pronto quedó vacio al días siguiente.
El mayor trajín se produjo con las primeras luces y a media mañana ya sólo
permanecía allí un solitario y vacío carrusel. Cuatro días al sol de Agosto. Al
quinto, las autoridades comenzaron a realizar pesquisas sobre sus propietarios
y ante la falta de resultados desmontaron lo posible y lo trasladaron al
depósito municipal. Allí permaneció tres años antes de sacarlo a subasta.
Fue entonces cuando uno de los postores solicitó la
apertura del cuarto de máquinas de la atracción para revisar su estado. Un
encargado municipal forzó la cerradura y así como enfocó su linterna al
interior, salió gritando con un pánico cerval escrito en la cara. Los cadáveres
habían sido – por fin – descubiertos.
El caso quedó irresoluto, lo cadáveres reposaran en alguna
caja de las dependencias judiciales y mi
primera plana quedo relegada a nota de agencia en la página 37. Para todos,
incluso para mí, la losa del tiempo sepultó la historia.
tREs
Muchas años más tarde y muchos kilometros más lejos, me
reencontré con el viejo carrusel. Había sufrido muchas modificaciones
chapuceras, pero podía reconocerlo bajo las capas de pintura brillante y las
luces baratas. Y no tenía mucho éxito entre el público infantil. En una de las pausas entablé conversación con el
sudoroso dueño embutido en la taquilla. El, no sabía a ciencia cierta cual era
su procedencia, pero se apresuró a sacar un fajo de folios ajados rellenos de
sellos oficiales para confirmarme que tenía todos los papeles en regla. “Tiene
todas la revisiones hechas”. Casi con ansiedad me informó de que si le hacía
una oferta no dudaría en verdermelo: “es que es como si espantara a los niños”
– me dijo inocente – “pero no se lo diga a nadie”
Me despedí de él en cuanto pude. Al alejarme, lo puso en
marcha y comenzó a girar con su repetitiva música de organillo, como si me
llamara. Me giré, tome mi cámara e hice
mi foto maldita