Lamió su muñeca y se hincó en su carne con la eficiencia del trabajo bien hecho: afilado y consecuente.
Con los ojos turbios ella entrevió como el transparente del agua caliente se decolaraba en nubes carmesí mientras la placidez insensible embargaba su cuerpo lacio y desmadejado dentro de la bañera.
El frío borde metálico pulsó su nuca mientras el cuchillo clinkeaba sobre la baldosa brillante perfilando estrellitas rojas.
Después,
nada.