domingo, 30 de octubre de 2011
viernes, 28 de octubre de 2011
En mi
Serpientes en mí.
Inocentes serpientes que se regodean en mis
desasosiegos.
Serpientes en mí,
cargadas con la polvora de errores, suficientes y
latinos,
siempre se asoman en los paseos,
cuando mas calmo me veo.
Atisbando el horizonte
siento su picadura
pero no muero,
en un circular final
de medios quereres completos.
Donde aquello que entrego es solo parte.
De la que trozos recibo.
Serpientes son,
que me cohabitan y constituyen
Tan sólo sierpes.
domingo, 2 de octubre de 2011
Gollo
Cuando lo conocí se dedicaba a
pasar las tardes arrimado al primer colega con el que pudiera pillarse medio
talegito en la Cafeta
del parque. Vestido con su sobada chupa negra de cuero sobre una camiseta,
vaqueros azules y zapatillas deportivas dejaba correr el tiempo liando canutos
y bebiendo cerveza sin otra ocupación que esperar la noche para ir a cenar a
casa en la viviendas sociales. Su padre era un obrero al que sólo tenía que
soportar a la hora de la cena y su madre dedicada a las tareas de la casa siempre
fue un ser humano aparentemente inexistente.
Había dejado el colegio antes de
terminar los estudios de segundo grado y se había puesto a trabajar de aprendiz
en la tapicería de un familiar. El trabajo le duró poco mas de unos meses y a
partir de entonces comenzó a vaguear sin destino durante los años siguientes.
En aquel verano aprendimos los dos a jugar a los dados y,
aunque le costó sangre entender porque un full de jotas-rojos es más que un
full de rojos-jotas, acabó conviertiéndose en un duro contrincante en el
mentiroso: sus ojillos marrones se entrecerraban y nunca sabías porque lado te
vendría la puñalada. Eso sí, a menudo la suerte lo aparcaba en las Quinas y se
desesperaba viendonos regocijarnos en la magia de nuestros reyes y ases: en los
dados solo puedes ganar si te crees capaz de hacerlo. Vino después el invierno
y la lluvia nos obligó a cambiar de rutina y garito. Se alternaban los dados
con las interminables partidas de billar americano donde nunca fue capaz de
entender las razones por las que las bolas hacían lo que hacían y todo su afán
era tirar mas fuerte que nadie, aunque se cargara los cuadros.
Pasado un tiempo y a la vista de
que mas o menos todos nos ibamos buscando la vida, gracias al impulso de un
vecino, decidió aprovechar su experiencia y ambos montaron una pequeña
tapicería en un minúsculo bajo en el centro. Por esas extrañas manos que la
vida reparte durante los primeros meses la cosas comenzaron a irles bien.
Tenían trabajo y sus precios económicos les atrajeron clientela. Recuerdo que
un día que me pasé a visitarles intenté convencerles de la necesidad de que
vigilaran algo las cuentas del negocio. Como él me miraba como si le estuviera
pidiendo que resolviera la hipótesis de Poincaré, le pedí que comprara dos
libretas. “En una anotas los gastos - incluso lo que quitais para vosotros-
y en otra los ingresos. Al final del mes sumas todos los gastos y todos los
ingresos y ya sabes .. los primeros tienen que ser menores que los segundos o
la cosa no va bien.” El empezó a reirse
y metiendo la mano en el bolsillo me sacó un pequeño fajo de dinero. “Es mas
fácil que eso. Si meto la mano y saco dinero es que va bien. Y si no lo saco es
que no”
La sed de vicio y el dinero son
malos compañeros. El localcito comenzó a pasar más tiempo cerrado que abierto
mientras ellos dos se dedicaban a quien sabe que cabalgadas y pronto la falta
de seriedad y los errores en los encargos les hicieron perder la clientela.
Acabaron cerrando el negocio dejando una ristra de facturas impagadas tras ellos.
Por aquel entonces nuestros caminos vitales ya se habían separado hacía algún
tiempo y fue un buen amigo común con el que todavía tuve algún contacto, el que
mas tarde contó como la vida de Gollo se había ido deslizando por la ladera
embarrada.
La ultima vez que lo ví, lo
reconocí haciendo dedo de noche en el semáforo a la entrada de la autovía. Bajo
la lluvia. Posiblemente con destino al poblado chabolista en las afueras
buscando un pico. No me atreví a pararle y por el espejo lo ví quedarse en la distancia,
calado con su chupa de cuero sobada y los deportivos empapados en medio de los
regatos del arcén. Mirándome.
Mucho después oí que un día cualquiera había muerto de
sobredosis. ¿Colarse en el tren de la vida?
El futuro es inmisericorde con aquellos que no tienen
billete, a veces tanto, que deciden saltar del tren entre dos estaciones.
Se llamaba Gregorio.
Pero todos le decíamos Gollo.
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