/* Esto es la redirección */ /* Finde de la redirección */ eScritos iRregulares: mayo 2016

sábado, 14 de mayo de 2016

Carta para Anuska



Anuska, has cumplido dieciocho.

        Cuando te vi por primera vez eras un cosita que llevaba una enfermera poco después del parto. Me acerque y le dije: ¿es mi hija? Me dijo que sí y me preguntó si te quería coger. No recuerdo si lo hice o no. Imagino que no porque no tenía ni idea de cómo se coge a un recién nacido. O a lo mejor sí porque tampoco sabía nada de lo que tendría que aprender como padre en los 18 años siguientes y aquí estás. Te llevaron a la incubadora y allí estuviste dos días donde te pude ver toda arañada por el hambre y el carácter que tenías: tus dos primeros días de independencia nada más nacer.

        Después vinieron las noches de cantar en japonés, de Borna y Magre, de la guardería y el colegio, de los llantos y las toses nocturnas. ¿Te acuerdas que cada vez que te atragantabas me ponía malo? Ahora a ti te pasa con Jose… Y la casita de madera y los cumples y las amigas. Y a veces tristezas como cuando lloraste porque no te habían cogido en la natación sincronizada y te convencímos de que no pasaba nada, de que entraras en la rítmica, que aunque fueras suplente lo importante era pasarlo bien y que luego se tornaron en alegrías como cuando ganaste el provincial y después el gallego.

Y Maraguel o que siempre íbamos a un balneario y te dábamos una sorpresa o lo mal que lo pasábamos con los dichosos vómitos o como me inflaba cuando traías esas notazas que siempre has traído o el viaje a Irlanda o cuando te decía señalando el armario de encima: “ponte de pie en la cama, ¿ves? Algún día llegarás hasta aquí” ¡¡Dios, parece que fue ayer!! ¡¡Todo ese tiempo ha volado!! Ya nunca más te volveré a coger en la chepa mientras cantas: “En un puerto, italiano, al pie de las montañas…”


       Pero de eso se trata, eso es la vida. Me he acordado de aquella vez que te cogí por las manos y comencé a darte vueltas girando. Te agarraba tan fuerte para que no te cayeras que te hacía daño. Tu me mirabas, me dí cuenta y quería soltarte pero antes tenía que parar de girar. Nos hemos reído muchas veces con esa historia. Hoy siento algo parecido. Me gustaría agarrarte fuerte para que no te caigas nunca, que todo parara de girar y no crecieras, pero no puede ser. Ni puedo, ni debo, ni quiero porque si hay algo que me llena de orgullo es ver como has crecido - no físicamente (que también) - sino como persona. Ver que hoy aquella niña que desencajaba la cadera es ya una adulta no porque lo diga una fecha sino porque lo dicen sus actos.

       Hoy empieza tu mayoría de edad. Dentro de poco tendrás que encarar una nueva fase de tu vida en la que ten por seguro esta te pondrá a prueba. Tendrás tristezas y alegrías, éxitos y fracasos, habrá días que creerás que todo se hunde y otros en los que nadie puede pararte. Eso es la vida. Cuando estés arriba, nunca olvides ver hacia atrás para recordar de donde, como y porque has llegado hasta allí. Y cuando estés abajo recuerda estas palabras: creo que eres una gran persona y que podrás conseguir lo que te propongas. Tienes tesón, inteligencia y cariño de sobra. Quien no te quiera, no te merece. Rodéate de buena gente, no tengas miedo nunca a decir la verdad y sobre todo, disfruta de la vida pues, como ves, el tiempo nos vuela.

       Tu padre.
         

viernes, 13 de mayo de 2016

BH

Cuando era más joven tuve una bicicleta.
Era una BH de aquellas con timbre, luz de una dinamo sobre la rueda, manillar cromado regulable y un portabultos en la parte de atrás que cuando estabas práctico podías usar para sentarte mientras pedaleabas como si fueses un artista del Price. Y era azul. Un azul tan eléctrico y brillante como yo me sentía en ella. No era una bici de paseo, ni de carreras: era una bici de niño. Con ella pasé muy buenos ratos haciendo cabriolas e intentando caballitos.

Imagino que un día algo o alguien me hizo aparcarla y deje de usarla. Recuerdo verla tiempo después colgada oxidándose acompañada de la Orbea plegable de mi hermana: telarañas por los radios, el manillar caído y las cámaras vacías como si hubiese perdido el aliento.

En aquel momento, no le di importancia. Hoy, pensándolo, me siento como si le hubiese fallado a un amigo.