Cuando era más joven tuve una bicicleta.
Era una BH de aquellas con timbre, luz de una dinamo sobre la rueda, manillar cromado regulable y un portabultos en la parte de atrás que cuando estabas práctico podías usar para sentarte mientras pedaleabas como si fueses un artista del Price. Y era azul. Un azul tan eléctrico y brillante como yo me sentía en ella. No era una bici de paseo, ni de carreras: era una bici de niño. Con ella pasé muy buenos ratos haciendo cabriolas e intentando caballitos.
Imagino que un día algo o alguien me hizo aparcarla y deje de usarla. Recuerdo verla tiempo después colgada oxidándose acompañada de la Orbea plegable de mi hermana: telarañas por los radios, el manillar caído y las cámaras vacías como si hubiese perdido el aliento.
En aquel momento, no le di importancia. Hoy, pensándolo, me siento como si le hubiese fallado a un amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario