Con sangre entra
La coge con sus propias manos y la parte en dos
antes de empujar con fuerza el pesado cajón de la cómoda. El tintineo de la
cristalería tras la vitrina todavía le eriza el vello de la nuca. Entra en la
habitación donde huele a orina, a medicamento y el viejo abre la boca enmarcada
en saliva reseca intentando hablar señalando el vaso de agua de la mesilla. Ella lo mira en silencio y cuando desiste del gesto, siente como su nudo se afloja.
Deja los dos trozos de la vara sobre su vientre y se marcha envuelta en los
gritos de su madre ordenando que se quede.
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