/* Esto es la redirección */ /* Finde de la redirección */ eScritos iRregulares: agosto 2011

martes, 30 de agosto de 2011

VieJo

uNo

Destellando los cuatro intermitentes el coche se detuvo y el conductor descendió pasando por delante del capó  haciendo evidentes gestos de disculpa a los otros vehículos que habían tenido que pararse detrás. Abrió la portezuela del acompañante donde un anciano se giró lentamente para incorporarse con visible dificultad mientras le ayudaba tirando del brazo. Entretanto, una mujer retiraba del maletero un par de bolsas de ropa y un neceser. Un claxon sonó en la fila de coches: “Vamos, vamos....” dijo el hombre apresurando al viejo para que se apartara y le dejara cerrar la puerta. Con premura volvió a entrar y haciendo un gesto de disculpa a través del espejo al resto de los conductores, arrancó dejando libre el paso.

En la acera el anciano quedó apoyado entre la muleta y la pared recobrando el equilibrio mientras los coches comenzaban a circular de nuevo. Al pasar a su lado, uno con un par de jóvenes frenó y silenciando el volumen del chumda-chumda-chumda le gritarron: “ Abuelo, hay que ir muriendo para dejar sitio. !Que la juventud tiene prisa¡ “  arrancando después entre risas con un estrepitoso chirrido de ruedas.

Iros a tomar por culo, cabrones”  masculló el viejo comenzando a andar hacia el portal mientras su nuera reía maliciosamente tras él cargada con el equipaje.

Habrían pasado tres o cuatro meses desde que el médico le había dicho que tenía pasar por el quirófano. “Papá,si hay que operar hay que operar”  había dicho su hijo sentenciando con un “tu no te preocupes por nada que aquí estamos nosotros”.  Vosotros.

El primer día y el segundo todo fueron atenciones en la habitación del hospital pero a medida que la convalecencia se alargaba comenzaron a estirarse las ausencias. No podía ser de otro modo y a él no le importaba, más bien, le era indiferente. Sin embargo, cuando su hijo acudía a visitarlo parecía un moroso avergonzado de sus deudas impagadas. Y la mujer de éste, no perdía la ocasión para mostrarle la incomodidad que suponía atenderle.

Mientras había vivido Ángelita nunca había necesitado de nadie. Incluso durante algún tiempo después de su muerte vivió una solitaria independencia. Pero de pronto su vida dio un giro abrupto cuando sus condiciones físicas se mermaron rápidamente paralelamente al deterioro de la economía de su única familia cercana: el valor de su pensión comenzó a pesar más que la molestia de su presencia.

dOs

Siempre había sido un hombre áspero. Había comenzado a trabajar a los catorce años en la factoría. A medida que esta creció, él asumió mas responsabilidades aunque nunca dejó de vestir mono azul. Cuando tuvo oportunidad de saltar a un despacho, la rechazó pues se consideraba trabajador de manos y no de cabeza. Sin embargo, bien sabían su papel en la fábrica. Si la tarea se presentaba delicada, siempre se recurría a la opinión de su experiencia y en más de una ocasión había colocado en su sitio a algún ingenierito recién llegado. Como  también en alguna ocasión sus gritos habían enmudecido a las máquinas cuando la desidia o la indolencia ocasionaban problemas

No había sido consciente de su influencia hasta que un día, acercándosele un operario con la gorra entre las manos y tratándole de Don, le pidió que le concediese el honor  de ser el padrino de su hijo. No sabía si lo que le sorprendía más era la petición o las formas.

- ¿Ramiro, pero desde cuando hablas tu tan fino? - había respondido.

- Don José..... ha sido la niña questá estudiando y me lo ha escrito pa no olvidarme. Ma dicho que pidiéndolo por bien hablao seguro que lo acetaba.....

- Pues que sepas que el honor no es tuyo, sería mío de poder aceptarlo.... pero no puedo. Y no puedo no porque no quiera, que ya te digo que sería un gusto. No puedo porque sería hacer un agravio a tus compañeros, ¿me entiendes?

Hacía ya muchos años que no pisaba la fábrica.  La última vez ya casi no quedaba nadie que le conociera. Todo era gente joven, pasillos iluminados pintados de verde y muchas máquinas. En el taller mecánico aún quedaba alguno de la vieja escuela que había dejado la tarea para ir a saludarlo provocando de paso el malestar de el jefe de sección “para abandonar el puesto hay que pedirme permiso, Gonzalez” , había dicho. Y González había vuelto a su banco de trabajo despidiéndose con un gesto de cabeza y una media sonrisa de menosprecio.


tREs

Sentado en la cocina tomó un solitario desayuno. Lentamente pasó las hojas del periódico hasta llegar a las páginas de servicio donde confirmó los horarios de los trenes. Recogió la taza y el mantel y tras peinarse con cuidado en el baño, cogió una chaqueta en su habitación. En la calle el tráfico no era excesivamente intenso, faltaban algunos días para que empezan los colegios. Con calma, ascendió acera arriba hasta llegar al puente sobre la autopista y la vía férrea. Lo cruzó y avanzó por una de las calles laterales. Su andar era era cansino y lento y cada paso llevaba parejo el apoyo del bastón. Tuvo que parar un par de veces a tomar resuello. Recorrido un buen trecho, alcanzó el paso subterráneo. En uno de sus márgenes, la verja estaba rota por donde la gente acostumbraba a cruzar la vía por un atajo. Con dificultad entró por el hueco y comenzó a andar hacia la curva. Era un lugar que algunos otros habían escogido antes que él.

Tiró el bastón a un lado y se quitó el audífono posándolo sobre la chaqueta doblada. Se tumbó en la vía mirando al cielo. Era uno de esos calurosos días cargados de gris. El recuerdo de la puerta de la factoría le asaltó de pronto. Era un gran portón metálico de dos hojas que se abría para permitir la entrada y la salida de la gente de la empresa. Algunos días parecía que el sol estuviera colgado en el exterior sobre ella. Otros, el aire caliente de la fábrica emanaba por él como un aliento industrial mezcla de aceite y sudor. Instantes antes de abrirse, siempre sonaba una sirena anunciando el fin de la jornada. Sintió una vibración cercana y oyó la misma sirena de su  recuerdo.