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jueves, 23 de junio de 2011

El contenedor

Hoy por la mañana busqué al barrendero y le pregunté si habría encontrado una estima perdida por el barrio alguno de estos días. El, apoyó su antebrazo en la escoba, se ajustó la visera y entrecerrando los ojos pensó durante unos momentos. Finalmente negó con la cabeza. Me dijo que la semana pasada sí había encontrado un perdón  “…que por cierto, estaba roto”  y una vergüenza – posiblemente - perdida. "Acercate al contenedor de reciclaje por si alguien la hubiese dejado allí".

Nunca me había interesado mucho el contenedor negro, ya sabéis, el de los sentimientos reciclados. Confieso que es la primera vez que me acercaba a él y ahora comprendo porque lo situan lejos de las zonas transitadas. Al abrir la tapa emanó un olor nauseabundo. Aguante la respiración y asomé la cabeza. Unos odios y rencores que se estaban pudriendo dentro eran los responsables del aroma.  A través de la penumbra neblinosa del interior, vislumbré una timidez que se afanaba por esconderse tras un par de arrogancias que intentaron inflarse al verme. Varias alegrías languidecían mustias y unos primeros amores juveniles en descomposición habían soltado un pringoso liquido almibarado de color pastel. Aparentemente, ni rastro de mi estima. Una impaciencia comenzó a intentar ascender arañando las paredes lisas. Solté la tapa y se cerró: plof!

En fin. Tendré que ver si  me hago con otra. Aunque tampoco es que me preocupe demasiado. Ser un cero a la izquierda tiene sus ventajas.

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