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domingo, 20 de marzo de 2011

Aquel Domingo

Muy despacio acerco su nariz hasta rozarla con la suya. Olía bien. Era un olor que no podía reconocer pero era agradable. Una mezcla entre limpio, nuevo y jabón. El pequeño abrió su mano y de forma torpe comenzó a tocarle la punta de la nariz. Lo separó y levantándolo de nuevo, volvió a acercarselo frotando su mejilla contra la suya. Sentados en un banco exterior del parque, el sol incipiente les calentaba aquel Domingo en el que la ciudad todavía dormitaba.

Frente a ellos Mónica no paraba de moverse nerviosa. Era la primera vez que él cogía al niño y aunque una sombra de duda se cruzó, se disipó en cuanto vio su primera mirada. La mezcla entre nervios y alegría le impedía estarse quieta y parecía que en cualquier momento saldría corriendo por el cesped riendo y saltando empujando el carrito del bebé.

Lucas lo separó de nuevo y teniéndolo frente a sí con ambas manos, fijó su vista en aquellos ojos claros que nada veían. Un mechón de pelo liso y marrón asomaba bajo la manta en la que estaba envuelto y, bajo ella, notó como sus piernas se movían. "¿Me cogería alguna vez mi padre de este modo?", pensó.

Su padre. No podía culparlo. Sólo un par de fotos rancias que guardaba el abuelo en un sobre en la mesilla de su habitación. También él lo había perdido. Años de mar, soledad y trabajo que le habían podido. Mientras madre vivió, él permaneció anclado al mundo real, pero cuando el puto cancer la carcomió, levantó anclas amarrado a la botella.

Mónica miraba al bebe y se mordisqueaba el labio inferior. Ambos habían dedicado el año a comerse los morros por las esquinas fumándose las clases. Y ahora estaban sentados en el aquel parque con su hijo en brazos mientras el muro del futuro se levantaba cada día que pasaba. De momento, ella seguía con sus padres en el piso que tenían alquilado. Era un cuarto piso sin ascensor construído en la periferia a mediados de los setenta en el que el parquet se levantaba por la humedad pero nunca se le reclamaba nada al casero porque sería imposible encontrar algo parecido por el mismo precio. Algo que todos los vecinos sabían y el propietario también, un tácito pacto mutuo de no agresión. Sólo así podía explicarse que nadie alzara la voz cuando los telefonillos llevaban estropeados varios años. Así, cuando Lucas cuando venía a buscarla, silbaba desde la acera para llamarla y ella se asomaba, tirandole un beso por la ventana, como señal de que bajaba. Y cuando no lo oía, él perdía la paciencia silbando hasta que ella se daba cuenta. Aquello y sus broncas de adolescentes embarazados, los habían hecho muy conocidos en el barrio. Mucha gente murmuraba a su paso cuando los veían. Por eso preferían pasear cuando las calles estaban vacías de miradas .

Lucas vivía con sus abuelos. En el fondo de sus recuerdos había un tiempo en el que él y sus tres hermanos tuvieron una casa y unos padres, pero cuando madre murió, todos quedaron a su cuidado, mientras padre navegaba embarcado año tras año. No tenía mas recuerdo que el de un hombre borracho sentado en las escaleras al que ayudaban a levantarse.

- Lucas, ¿que haces despierto?¡¡Marcha para cama ahora mismo!! - le había gritado la abuela desde el rellano cuando lo descubrió mirando oculto tras el pasamanos. Alguna vez había preguntado y la respuesta que obtenía siempre era la misma: "Hazte a la idea de que no tienes padre. Ese hombre se perdió en la vida".

El abuelo era un hombre pequeño pero de brazos fuertes que había sido capaz de sacar adelante a toda la prole trabajando de carpintero. Hacía varios años que estaba jubilado y el corazón ya le había dado algún aviso. Ultimamente tenía la mirada triste y preocupada. Sabía la causa. También él había estado pensando. Los trapicheillos que iba haciendo le daban para sacarse para lo suyo y unos euros extra. Pero ahora todo tendría que ser distinto. Se había dado cuenta el día que fueron a ver un cochecito para el niño. No había ninguno que valiera menos de cien euros y hacía mucho que no disponía de cien euros juntos. Gracias a una amistad, consiguieron uno en la parroquia con la promesa de devolverlo en buen estado, pero de golpe se había dado cuenta de lo que sería su futuro y el de Mónica. Y el de su hijo.

Se levantó y le dió el niño. Mientras ella lo colocaba en el capazo se giró y vió a su alrededor. En los arboles algunos gorriones revoloteaban entre las ramas. Una persiana comenzó a levantarse en un edificio cercano. Al fondo, en el mar, asomaban las velas blancas de alguna escuela naútica que aprovechaba el día para practicar. Se volvió y la vió mirándolo, con su sonrisa inquieta y traviesa. Entonces dijo:

- Mañana debemos subirnos al instituto para ver como podemos volver a matricularnos el año que viene. Y si no podemos, buscaremos trabajo. Quiero que mi hijo tenga padre. -

Ella rompío a llorar y se abrazaron mientras el sol incipiente les calentaba aquel Domingo en el que la ciudad todavía dormitaba

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